Los argentinos quedamos relegados en el avance tecnológico en materia de fraude automovilístico. No estoy hablando de otra cosa más que del embuste perpetrado por los automovilistas al momento de disfrazar sus patentes para no ser identificados con la famosa cámara fotográfica que escracha a aquellos que exceden el límite de velocidad o frenan sobre la senda peatonal, aunque también para engañar al agente de calle. En China (país creador del paragüas para la cabeza o de tantas otras pavadas que no tienen sentido o utilidad alguna, pero que acá nos empeñamos en comprar a los vendedores ambulantes), para engañar a los agentes de tránsito, se utiliza un dispositivo que permite rotar y cambiar la matrícula del vehículo. Se maneja desde un comando a distancia y está tan de moda que, según la agencia Reuters, más de la mitad de los conductores que cometen infracciones, adoptaron este dispositivo en el sur del país asiático. Pensar que a nivel nacional utilizamos el método del trapo que queda colgando fuera del baúl (típico de taxista), el clásico CD a los costados de la chapa para reflejar la luz o simplemente una cinta adhesiva negra que varía el número o la letra según convenga. De todas formas me queda claro que en pleno siglo XXI, Argentina subsiste con el ingenio característico ante el embate del brazo de la ley en materia de infracciones de tránsito, y si algún truco antes mencionado falla, siempre estamos dispuestos a entregar una moneda a cambio de “nada”.
Ammé Bisau
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