“El trabajo dignifica”, dice aquella famosa frase. Sí, dignifica cuando el trabajo es digno, diría yo. Pero ¿qué pasa cuando nuestro trabajo no nos llena, no nos completa, no nos hace sentir útiles ante la sociedad? Esta mañana me desperté temprano gracias al crecimiento demográfico porteño. Están construyendo un edificio justo enfrente de mi departamento. Ññññññaaaaaaaaaaaaiiiiiii, suena la motosierra e inunda el monoambiente en el que vivo. Esta mañana, también, me desperté sabiendo que era mi último día de trabajo. Un trabajo agotador, no por sus presiones y responsabilidades, sino porque de las nueve horas dentro de una oficina, podríamos decir que mis labores llevaban dos, el resto del tiempo era mirar fijo al monitor, esperando que algo sucediera. De repente, sonaba el teléfono. “¡Bien! Tengo una llamada”, pensaba, y luego era atender una máquina con la voz de Julián Weich que me decía que participara en no se qué concurso, o era equivocado. No es digno para una persona estar literalmente al pedo. Es lo peor que a uno le puede pasar, porque si bien se podría pensar en que en ese tiempo se puede leer algo, o se puede estudiar, o escribir, o lo que fuere, lo cierto es que no te dan ganas de nada. Es inercia pura. Por eso hoy, en mi último día de martirio, digo que hay que tratar –al menos tratar– de hacer algo que, mejor o peor pago, nos guste, nos interese, nos dé ganas de estar activos y hacer cosas. Creo que en trabajos inservibles como éste que hoy dejo, el cerebro se va atrofiando. Es difícil lograrlo, pero vale la pena el intento.
Teté Netti
Teté Netti
2 comentarios:
Adhiero, querida Teté, adhiero..
Salu2
Completamente de acuerdo!
Ahora disfruto tener un ratito al pedo pero antes estaba todo el dia al pedo en la oficina y me iba mas cansada y hasta medio triste
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