martes, 15 de julio de 2008

ADOLECIENDO...

No sé cómo empezar. Creo que lo mejor es desde el principio. Hace casi 20 años terminé el colegio secundario, graduándome de bachiller. Mi adolescencia transcurrió sin que yo me diera cuenta dónde estaba parada y a qué mundo me enfrentaba. Colegio religioso, sólo de mujeres y donde uno de los recreos o recesos, estaba destinado a la celebración de la Eucaristía. En ese colegio sucedían cosas extrañas. Cosas que recién ahora conozco, porque recién ahora la mayoría de las 43 compañeras que alguna vez fuimos, nos animamos a contar. Para poder ingresar a esa casa de estudios, debías cumplir con algunos requistos. Uno de los más importantes era NO ser hija de padres divorciados. Lo peor es que para confirmar esa frase, la Madre Superiora apoyó esa idea con esta otra frase: "una manzana podrida, pudre todo el cajón". Contribución económica de la familia "divorciada", mediante, la aspirante ingresaba igual al colegio. Todo se compra con dinero, todo. También me enteré de que fueron echadas del colegio dos compañeras mías porque les encontraron cartas de amor. Esas cartas que una se escribe en plena adolescencia, esas cartas donde jurás que no te vas a olvidar de tu amiga nunca, donde le decís que la querés, pero con mucha más fuerza que a las otras, donde decís que la amas. En esa época en que yo iba al colegio, todo se tapaba, todo se ocultaba. Entonces, cuando cosas como estas salen a la luz, de la mano de varios intentos de suicidio por parte de algunas compañeras, y otras historias más o menos escabrosas, mi mundo se sacude. Me vuelvo a encontrar con mi esencia y mi cabeza comienza a recordar todo tipo de anécdotas. No soy la única que vive estas sensaciones, somos varias. Por suerte o por desgracia, compartimos casi las mismas pesadillas. Los encuentros con mis compañeras siguen sucediendo, algunas con más dolor que otras, pero todas con la misma necesidad: contarnos las cosas que antes no hubieran unido mucho más que ahora. 20 años pasaron y sin embargo cada vez que nos vemos parece que sólo hiciera un año en que recibimos los diplomas y nos largaron al mundo. Por eso estoy desaparecida, vago por las calles como si fuera un pichón que busca el nido de donde ha caído. No me siento mal, sólo me siento rara. Como si viviera mi adolescencia en plena madurez.

Ammé Bisau

2 comentarios:

Ojo al Cubo dijo...

Mi estimada Ammé:
¡Qué alegría volver a leerla! Jeje... No, en serio: impresionante tu post, me mató. Me parece interesantísimo (y muy duro, seguramente) todo lo que estás viviendo y re-descubriendo de tu vida en estos momentos... Creo que hay momentos que nos hacen destapar ollas por algo, y si contamos con la contención necesaria (como sé que vos la tenés) no habría de qué preocuparse (por de pronto, contás conmigo, como siempre). Así que: ¡bienvenida nuevamente a nuestro querido blog!

Un cariño
Ave Larga

Anónimo dijo...

Es muy jodida la adolescencia e imagino que un colegio católico no debe ayudar en nada a comprender e integrar las diferencias cuando tienden siempre a homogeneizar a la gente según lo que les convenga.

Es una época que junto con la niñez definitivamente nos marca para el resto de la vida, así que creo entender por qué estás tan shockeada!

También me alegro de volver a leerte y te mando un beso!

-P@BLO-