
Ayer estaba en un lugar al aire libre y me acordé de un juego muy simple y muy divertido al que jugaba cuando era chica. Se llamaba “Cigarrillo 43”, y venía bien cuando había varios amiguitos. Uno de nosotros se ponía de pie mirando a la pared, igual que en las escondidas, pero sin tener que contar hasta cien. Los demás, nos parábamos a unos metros detrás de él, mirando, digamos, hacia su espalda, como si fuéramos a comenzar una carrera. Todos –menos el chico que quedaba mirando a la pared- empezábamos el juego detrás de una línea de partida, a una distancia considerable de la pared. La cosa era así: el chico de la pared decía en voz alta –y sin darse vuelta todavía-:
“Un… dos… tres… ci-ga-rri-llo-cuarenti-trés” (sé que otros decían
"Uno, dos y tres… escondite inglés, sin mover los pies”, e incluso:
“Un, dos, tres… pelo, pelito es”). Mientras el chico de la pared decía la frase elegida, los demás corríamos en dirección hacia él lo más rápido que podíamos, intentando llegar antes que los demás hasta la pared. Pero cuando el chico que decía el versito terminaba el
“Un… dos… tres… ci-ga-rri-llo-cuarenti-trés”, se daba vuelta rápidamente. En ese momento, los corredores debíamos quedarnos completamente congelados. Él, entonces, miraba con detenimiento a cada uno de nosotros, y si veía algún mínimo movimiento (o si lo había visto justo al darse vuelta), decía: “Pirulito, te moviste”. Entonces, Pirulito debía volver al el punto de partida. Incluso, el
paredólogo podía quedarse mirándonos el tiempo que quisiera y decidir que hasta una sonrisa era “un movimiento prohibido”… Así, si el chico de la pared te decía "´Tenés que volver"...
tenías que hacerle caso sin chistar. Y, así... si nadie había llegado aún a la pared, empezaba todo otra vez, hasta que alguno de los "corredores" llegara, momento en el cual, éste pasaba a ser el siguiente
paredólogo. O sea: no se trataba sólo de correr, sino de saber cómo parar… ¿Tendrá esto algo que ver con la vida?
Ave Larga
Leer más...
Breve...